martes, 8 de diciembre de 2015

Por IGNACIO BENEDETTI. SEAMOS AGUA.


Correspondencia de un náufrago: seamos agua.
Magazineperarnau.com
por IGNACIO BENEDETTI el 5 diciembre, 2015 • 



“Estamos tan alejados de comprender este juego, que la lucha de los entrenadores se centra ahora en hacer creer al entorno que lo que acontece en la cancha pertenece a nuestras intenciones”.

Con esas líneas comienza un bello texto escrito por Óscar Cano Moreno. Su reflexión debería ser escuchada y comprendida no ya por sus colegas, conductores de grupo, sino por todos aquellos que de una u otra manera vivimos malsanamente de este juego. Sí, aun cuando trabajamos en el fútbol, pocos, la minoría de los trabajadores, somos protagonistas de esta actividad, así que disculpe si le ofendo, pero yo, el primero, pertenezco a ese bando, al de los que estorban.

No perdamos tiempo y vayamos al fútbol. ¿Cuántas veces escuchamos o leemos que tal futbolista entiende el juego? La expresión ha sido tan manoseada que ya se ubica en el estante de frases vacías en el que también yacen conceptos que en algún momento alguien puso de moda, y el hombre, siendo hombre una vez más, los adoptó sin mayor interés que el de demostrar su condición de borrego militante.

Para saber si un futbolista comprende este deporte basta observar su capacidad resolutiva, es decir, su adaptación a cada una de las situaciones que se generan en el partido y cómo, a partir de ese reconocimiento, interpreta y saca provecho en favor de su equipo. Entender no es más que adaptarse, ser flexible y poseer capacidad de respuesta frente a cada situación.

Quien entiende lo hace desde la inteligencia. Por ello en estos tiempos en los que se estudia tan minuciosamente el funcionamiento del cerebro aparece en cada escrito futbolístico otra frase que no es explicada en toda su dimensión: para jugar bien al fútbol se necesitan jugadores inteligentes.

¿Qué se entiende por un futbolista inteligente? Una pista la da José Mourinho, citado por Enric Soriano, en uno de esos episodios en los que el entrenador del Chelsea abandona la actuación y se dedica exclusivamente al juego, explicando su impresión acerca de lo que se conoce como modelo de juego:

“No soy un fundamentalista en fútbol. Quiero decir, eso de que en fútbol tienes tus ideas y mueres con tus ideas, no. La gente me pregunta cuál es mi modelo de juego. Les respondo, ¿modelo de qué? ¿Modelo para jugar contra quién? ¿Cuándo? ¿Con qué jugadores? ¿Modelo para jugar a qué? No puedo responder a eso. Soy demasiado estúpido, ¿o demasiado listo? ¿Qué significa eso? No lo sé. Mi modelo de juego es construir desde el portero a Eden Hazard. Mi modelo de juego es encontrar dónde se encuentran las debilidades de mi rival y sus fuerzas. ¿Es Diego Costa más fuerte que el defensa central? El modelo de juego, ¿qué es eso? Para mí, el modelo de juego son los principios que establezco en mi equipo, los principios prioritarios que nos otorga un cierto ADN (una identidad), pero esto es profundo”.

Lo que el portugués expresa es fundamental: si no consideramos al futbolista, sus relaciones y sus particularidades, moriremos de frivolidad. El jugador es la esencia del juego, y hasta que no se cree algún dispositivo que nos permita adelantarnos al tiempo, sus reacciones y sus respuestas, nacidas casi en su mayoría en la incertidumbre, dominarán la escena.

Ahora bien, si estas actuaciones se originan en mentes no cultivadas, o peor aún, nacen en espíritus mediocres que se resisten a la mayor evidencia de todas, que no es otra que no sabemos nada, el fracaso está asegurado. Por el contrario, si el futbolista acepta ser líquido y deja de lado la supuesta solidez de sus conocimientos, fomentando la evolución constante de su identidades, encontrará el camino hacia el progreso.
No hay victoria que no venga acompañada de la única obligación que tiene un deportista consigo mismo: seguir compitiendo. El triunfo corroe la esencia competitiva porque engaña y tapa la realidad; le hace creer a entrenadores, futbolistas, periodistas, dirigentes e hinchas que saben de qué va este deporte, olvidando que quizá mientras más se afianzan en sus victorias, mayor es el impacto de su caída.

Nadie puede saber de fútbol, aun cuando se observen millones de partidos y entrenamientos. Esta actividad es de futbolistas y estos, seres humanos al fin, cambian, evolucionan y se transforman día tras día. Quizá valga la pena dejarse llevar y ser agua, aunque esto nos conduzca a un naufragio en soledad.
* Ignacio Benedetti.

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