miércoles, 30 de septiembre de 2015

LA INEFICAZ PERTENENCIA por Rosa maría Coba.



por ROSA COBA/ perarnaumagazine.com 
Rosa Mª Coba Sánchez es licenciada en Psicología. Coautora junto con Fran Cervera Villena del libro “El Jugador es lo Importante: la complejidad del ser hunano como verdadera base del juego”.


En el constante intento por acomodar la retina y las entrañas ante ciertos excesos mundanos, estamos conviviendo con una serie de cuestiones que son noticia en torno a lo que algunos entienden como un premio o un reconocimiento, por no hablar de estilos de liderazgo, ya sea con pizarra en mano o con corbata y calculadora. Debates, ya sabemos, los que se quieran; tantos como formas de entender o necesidades de interpretar.

En absoluto ese es el objeto de esta reflexión, pero sí la excusa para abrir la puerta de par en par y airear ciertas cuestiones. Oxigenar no solo es sinónimo de vida, sino que debiera ser un infinitivo que ejerciera en nuestras vidas de brújula.

Por todo ello, más que nunca pienso que sería oportuno debatir sobre ciertas actitudes en torno a las personas que se relacionan con el deporte y también con el fútbol, aunque demasiadas veces parezca por propios y extraños que aquel tiene de deporte lo justo.

Precisamente por eso creo que reconocer que no somos, sino que estamos siendo me sitúa ante la pregunta de si dicha disyuntiva se trata de una condición innata o una herramienta y si se tiene en cuenta su optimización o una vez más dejamos que se nos escape el agua entre los dedos en medio del desierto.
No sería coherente decantarme por una de estas opciones sin contextualizarlas, aunque lo cierto es que llama poderosamente mi atención la cantidad de energía y recursos que empleamos, es más, diría que desgastamos los seres humanos, en lo que denomino reafirmación de la evidencia, aunque también sabemos que no hay más ciego que el que no quiere ver. O dicho de otro modo: la necesidad que parecen mostrar más de cuatro de recordarse recordando quiénes son.

Son, somos, pertenecemos, soy, eres… palabras que se difuminan cual estela en el firmamento con tan solo pronunciarlas, ya que antes de dejar pasar por la comisura de los labios el último sonido que las componen, cambian su estado.

¿Por qué empeñarnos entonces por competir zafiamente usando la herramienta de la exclusión? ¿No nos damos cuenta que es un arma de doble filo con efectos anestésicos sobre el cerebro?
Los seres humanos, cada vez con aparente menos porcentaje de lo segundo, y ante la paradoja de disponer de un mayor acercamiento al conocimiento, seguimos compitiendo por mantener la estirpe, la casta y el poderío que se supone infunde la pertenencia.

Esta actitud estática de esperar que los demás reconozcan en nosotros lo que somos es directamente proporcional al grado de desuso que hacemos de nuestra plasticidad cerebral. He ahí la cuestión que deseo resaltar. Nos olvidamos constantemente que tenemos la posibilidad de realizar auditorías emocionales que nos devuelvan índices de eficacia y productividad emocional, por tanto, de cambio, de aprendizaje.
Ya conocen mi empeño por acercar el gran olvidado a la estratosfera deportiva. Es el más fiel compañero de viaje, el que no falla, aunque nos recuerde por más que lo ignoremos que no solo está, sino que existe y se manifiesta en cada gesto que articulamos, en cada palabra que emitimos y en cada silencio que acomodamos. Él es así, capaz de dar y estar dispuesto a recibir como máxima expresión de su razón.

Él, el cerebro, no solo es el origen y el fin, sino que es el medio. Y quiero centrarme en esta ocasión en ese aspecto. Pese a ser demasiado ignorado, es el más inteligente de todos. Si le das combustible del bueno, te devuelve crecimiento y aprendizaje, satisfacción y alegría, luz y perspectiva. Si le das del malo, te da peor porque te deja solo ante el peligro y la espesa cortina de humo que rodea a los que solo poseen como baluarte el fallo ajeno, la ignorancia, el despotismo, la suerte o lo arbitrario.

Recordemos que el cerebro modula y modela y no olvidemos que en el modelo residen las claves para que las personas reaccionemos y actuemos en un sentido u otro. Alejados o cercanos, generosos o egoístas, crápulas u honestos. El modelo y los valores que de él emergen van a dar forma al estilo de tantas y tantas personas que directa o indirectamente se calzan las botas coherentes con lo que son y quieren ser. Porque eso de ser, además de cobrar entidad alfanumérica en nuestro documento de identidad, miren ustedes, poco más… que son y quieren ser.

¿Qué pasa con lo que queremos ser? Ese es el verdadero juego cuando de jugar se trata. Porque lo demás, y en ese inespecífico término incluyo a factores que al parecer forman parte de un supuesto precio que hay que pagar cuando de fútbol se habla, supongo que hay que ubicarlo en el particular espacio que cada cual considere o pueda.

La intencionalidad emocional es un rasgo imprescindible cuando de aprendizaje se trata. Aprendizaje, por supuesto, incluyendo los distintos elementos del mismo: los potenciales aprendedores que todos somos y los que guían dicho aprendizaje. Pero de cómo nos manejemos ahí dependerá que él nos dé lo mejor de nosotros mismos y nos permita estar receptivos a lo mejor que nos rodea.
Si no nos rodeamos de cerebros capaces de generar respuestas más allá de las absurdas pertenencias, si nos quedamos con la suerte disfrazada de excusa, mejor borramos el sapiens al homo. Por tanto, no nos vendamos como no estamos siendo. Esa es la cuestión.

Todo esto me inspira, además, pensar en el mensaje que algunos técnicos lanzan cuando son llamados al rescate del navío a la deriva. Por supuesto también ese eco retumba en algunos despachos. Los términos que más se repiten cuantitativamente son, en mi opinión, de falso corte emocional. Esos que conectan con el valor (que no valores), el coraje (que no compromiso), la pertenencia de la que les hablaba (que no profesionalidad)… Perdón, olvidaba la hormona y escudo. Sí, ya saben, la testosterona que al parecer hace milagros cuando es necesario. Y el escudo, que aunque pequeño, hay que ver lo que algunos lo estiran para justificar lo injustificable.

En una competición en la que solo parecen ser unos cuantos y están siendo muchos, me parece infinitamente más atractiva la necesaria humildad de no creer ser, ya que ello nos predispone a comportarnos como seres inteligentes, puesto que no podemos olvidar que de lo que trata es de adaptarnos para cohabitar con la incertidumbre.

* Rosa Mª Coba Sánchez es licenciada en Psicología. Coautora junto con Fran Cervera Villena del libro “El Jugador es lo Importante: la complejidad del ser hunano como verdadera base del juego”.


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