viernes, 29 de mayo de 2015

DEL MÉTODO AL ECLECTICISMO.


Por Santiago Segurola/
Marca.com

No hay una teoría que explique la relación entre el jugador que uno fue y el entrenador que uno es. Son universos diferentes con amplias áreas de contacto. El futbolista es acción más pensamiento, y no siempre. En muchas ocasiones, al jugador le mueve el instinto, el don divino que le permite tomar decisiones durante años sin pensar en lo que hace, ni reflexionar sobre lo que ha hecho. Este tipo de futbolista resulta bastante común. Sin embargo, su carácter estrictamente intuitivo no le inhabilita para el oficio de entrenador. Puede ocurrir que el intuitivo se convierta en un estratega después de cerrar una carrera y comenzar otra.

El control de Guardiola
Tampoco hay teorías que identifiquen las razones por las que un futbolista creativo instaure después un modelo hermético, sin concesiones estéticas. Clemente es un caso palmario. Sin embargo, hay casos donde el jugador y el entrenador coinciden al milímetro. Guardiola propugna como técnico el modelo que defendió como nadie de futbolista. Con respecto a Luis Enrique no hay una tesis definitiva, pero comienza a dar señales de remitirse como técnico al jugador que fue.

Por razones con su credo futbolístico y sus limitaciones físicas, Guardiola fue un cartesiano que se sentía obligado a ejercer un control absoluto sobre el juego. Sus características encontraron un modelo ideal en el sistema de Cruyff: juego elaborado, máxima posesión, futbolistas en posiciones muy definidas, gran predominio de la técnica y el papel esencial del medio centro. Desde ahí, Guardiola terminó por erigirse en un entrenador que jugaba. Luis Enrique estaba en las antípodas de su compañero. Fue un gran futbolista caracterizado por el despliegue, la versatilidad y su adaptación a cualquier fórmula.

El eclecticismo se observaba en el campo y en su adaptación a todos los estilos. Transitó con éxito por todas las líneas. Se declaró delantero centro después de su etapa inicial en el Sporting, pero en el Real Madrid fue lateral izquierdo y derecho, extremo en los dos costados, media punta y ariete. En el Barça se movió por varias posiciones, aunque finalmente triunfó como un centrocampista de asalto, famoso por sus diagonales y sus irrupciones en el área.

El sello del estilo Barça
Clemente siempre le incluyó entre sus predilectos en la selección, donde también recorrió varias posiciones. Con Camacho tampoco perdió influencia.

Como futbolista, Luis Enrique se construyó sobre numerosos sedimentos. Sirvió, y muy bien, para todos los estilos, con una característica esencial: era un jugador mucho menos interesado en la elaboración que en la verticalidad, un futbolista directo, impaciente, veloz y competitivo. En muchos aspectos añadió al Barça las características que se consideran propias del Madrid. Y funcionó. Amado por el Camp Nou, Luis Enrique edificó una de esas prestigiosas carreras que habilitan a unos poquísimos jugadores para dirigir después a los grandes equipos. Guardiola fue uno. Luis Enrique es otro. Cualquiera puede adivinar a Xavi como futuro técnico del Barça.

El sello Barça obliga mucho. Desde hace 25 años, con algún lapsus sin apenas relevancia, su modelo tiene un carácter canónico. La influencia de Cruyff alcanzó su cima a través de Guardiola, constructor de un equipo mítico que generó un problema para las ediciones posteriores. Ese Barça se asume como irrepetible. Sin embargo, a cada Barça -el de Vilanova, el de Martino y ahora el de Luis Enrique- se le compara irremediablemente con aquél. La derrota está asegurada.

Luis Enrique llegó al Barça con una ventaja. Su predecesor, Martino, fue el chivo expiatorio de todos los males del equipo y del club. No tenía un pasado azulgrana, no cultivó la relación con la prensa, no tiró de demagogia y el equipo no ganó un título. Era la perfecta pieza de caza. Para unos traicionó el estilo. Para otros se dejó avasallar por Messi y las figuras. Algunos le vieron como el paraguas de las sucesivas catástrofes institucionales. En cualquier caso, atacar a Martino resultaba sencillo y depurativo. En él se concentraron todos los problemas. Su desagradable papel aclaraba el panorama a su sucesor.

Le sucedió Luis Enrique. Pocos entrenadores han llegado a un club con una opinión general tan favorable. Su crédito estaba sostenido por dos razones: su huella como futbolista en el Barça y su temporada como entrenador en el Celta, un equipo que había jugado sin complejos, al ataque. Luis Enrique había construido un equipo muy parecido a sus características como jugador. De su verdadero ideario como entrenador se sabía menos. Le tocaba demostrarlo en el Barça, donde a diferencia del Celta existe un modelo sagrado de estilo.

Polémica sobre el juego
Han pasado menos de tres meses desde que comenzaran las competiciones y el Barça mantiene algunos mecanismos del pasado, pero ha perdido muchos rasgos que le definían. Es un equipo con menos control, menos preciso y más pendiente de gobernar las áreas -en la suya no lo consigue- que el medio campo.
Aunque Luis Enrique se refiere a menudo a la posesión, su equipo no destaca por el orden, ni por el respeto a las posiciones. Poco a poco, el Barça navega hacia una nueva aventura, con algún equipaje del modelo anterior. La polémica alrededor del juego del equipo ya se ha despertado. En cualquier caso, es un Barça que cada vez se parece más al jugador que fue Luis Enrique.


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