miércoles, 25 de marzo de 2015

ACEPTAR LA COMPLEJIDAD EN EL FÚTBOL.



 UNA TAREA COMPLEJA.

Por Carlota Torrents – Natalia Balagué /

Tomado del libro: El fútbol no es así. ¿Quién dijo que estaba todo inventado?
de Pedro Gómez.

La complejidad como marco teórico ha generado un interés creciente en el entrenamiento del fútbol durante la última década. Cualquier entrenador es consciente que la mejora de las capacidades condicionales de sus jugadores o incluso sus habilidades técnicas individuales no tiene  por qué mejorar necesariamente el rendimiento de su equipo. La investigación se centraba justamente en ese tipo de mejoras, mediante entrenamientos analíticos que daban muy buenos resultados en el laboratorio, pero no los suficientes en el campo.

En nuestro contexto, entrenadores tan relevantes como Paco Seirul´lo ya auguraban este cambio de enfoque en la década del 70. La neurociencia, los conceptos y herramientas de análisis surgidas de la teoría  de los sistemas dinámicos y la perspectiva de la psicología ecológica revolucionaron la investigación sobre el aprendizaje y el control motor, pero no fue hasta la década de los 90 que se estudiaron aplicaciones concretas al entrenamiento deportivo. Específicamente en fútbol, las herramientas de los sistemas complejos han ayudado en los últimos años a estudiar y desarrollar la idea del entrenamiento basado en el juego, de forma que el entrenador pueda conseguir la adaptación de parámetros fisiológicos, técnicos, tácticos mediante la propuesta de juego modificados, así como a identificar qué perturbaciones o variables son críticas para que se produzcan una transición durante el juego.

En nuestra opinión, la aceptación de que el jugador, el equipo o el club deportivo son sistemas complejos puede ayudar sobretodo a la comprensión de muchas de las problemáticas que se dan en los diferentes niveles, y especialmente a generar nuevas metodologías y dinámicas de entrenamiento, más acordes con esta naturaleza compleja.

Uno de los principios sistemáticamente ignorados por las metodologías de entrenamiento vigentes es el de la autoorganización. Los sistemas complejos encuentran soluciones eficaces y eficientes en entornos cambiantes de forma espontánea, es decir, sin precisar de programas ni órdenes externas o internas. La autoorganización explica la formación espontánea de patrones de comportamiento con muchos grados de libertad en el fútbol y por tanto la imprevisibilidad de éste. La dinámica del juego presenta constantes transiciones entre estados estables e inestables que emergen de la interacción entre componentes propios de los jugadores, del entorno y de la competición o situación concreta de juego.

Por esta razón es necesario comprender las reglas que rigen la naturaleza no lineal de dicha interacción. Los componentes internos hacen referencia al genotipo y fenotipo de los jugadores, incluyendo sus motivaciones o estado emocional; las variaciones del entorno se refieren a la política del club, a las relaciones familiares, a la climatología…; y las del juego se refieren al comportamiento del adversario, al reglamento, al material utilizado, las medidas del espacio de juego, el número de jugadores… El objetivo del juego será justamente identificar y manipular críticamente determinados componentes para romper la estabilidad de la relación entre los equipos oponentes y que así emerjan situaciones de juego donde el equipo con posesión pueda finalizar. Algunos de estos conceptos se han asumido con facilidad, puesto que son altamente intuitivos y fácilmente observables. No obstante, la comprensión de los principios que rigen la dinámica compleja del juego y su correlación a diferentes escalas es necesaria para intervenir de forma efectiva y tomar decisiones adecuadas en cada momento.  

La consecución de una nueva adaptación, la adquisición de una nueva habilidad técnica o el desarrollo de un modelo táctico de juego en un equipo se explica por dichos procesos de interacción dinámica correlacionados a diferentes escalas (desde la individual a la grupal).
Es decir, la interacción, de naturaleza cambiante, entre los diferentes sistemas de un organismo (nervioso, muscular, cardiovascular, etc) produce la emergencia del comportamiento a nivel individual; la interacción entre los diferentes jugadores produce la emergencia del juego colectivo y a su vez modificará el comportamiento individual;  este mecanismo se reproduce en la interacción entre el equipo y el entrenador, la interacción entre el equipo y el club, entre el club y la afición, etc.

Los principios coordinativos que explican dichas dinámicas son poco conocidos y estudiados, por lo que la perspectiva dominante sigue siendo excesivamente reduccionista.
Los progresos de los sistemas complejos no son lineales, sino que, fruto del proceso de autoorganización, se dan de forma espontánea y como consecuencia de la práctica realizada en situaciones únicas caracterizadas por entornos internos y externos que nunca se reproducen. Tal y como se ha demostrado en múltiples estudios relacionados con la motricidad humana, para que una nueva organización sea estable (por ejemplo que los jugadores ocupen una zona que normalmente descuidan durante el juego o que una habilidad técnica se ejecute eficientemente) necesariamente se pasará por una zona de inestabilidad. Cualquier deportista ha vivido como el aprendizaje de una habilidad no  lineal, es decir, no sale cada día un poco mejor, sino que la intención del cambio suele suponer un empeoramiento  de esa habilidad.

Espontáneamente, un día emerge una organización más eficiente, pero será necesario practicar para que un nuevo patrón de comportamiento se estabilice (y no automatice, ya que ese comportamiento deberá ser suficientemente flexible como para que se adapte a situaciones diferentes a las del entrenamiento). La inestabilidad es por tanto una fase necesaria para que un sistema transite hacia estados más eficaces, y encuentre nuevas formas de organización. No obstante, la presión que tienen los clubes deportivos para que su equipo siempre  responda como se espera imposibilita que los entrenadores o los propios jugadores asuman esta característica de los sistemas complejos y se arriesguen a desestabilizar el sistema para encontrar nuevas formas de organización más efectivas (por ejemplo, aplicando nuevas metodologías de entrenamiento). Según los principios de la complejidad, ningún equipo podrá progresar nunca linealmente, y para que se produzca realmente un cambio, serán necesario fases de inestabilidad y por tanto de un juego quizás menos efectivo o más variable.

Trasladado a las situaciones de entrenamiento, los entrenadores tienden a proponer modificaciones del juego para entrenar esta o aquella problemática que tienen sus jugadores con la idea de practicar en situaciones lo más próximas posibles al juego real. Sería lo que habitualmente se denomina entrenamiento integrado o entrenar mediante juegos reducidos. A pesar de estas propuestas colaboran en gran parte con lo que aquí proponemos, no acaban de tener en cuenta la naturaleza compleja del jugador y  del juego, ya que asumen una integración sumatoria y lineal (si quiero entrenar un modelo de juego, diseño tareas en las que se necesite jugar con ese modelo, asumiendo que eso provocará que luego se dé en la competición de forma proporcional, lo que no deja de ser una forma de programar el juego).

Pero para favorecer la emergencia de nuevos comportamientos que puedan sorprender al rival, quizás es necesario desestabilizar los patrones habituales de los jugadores, de forma que el contexto les ayude a encontrar nuevas soluciones. La integración se entiende aquí como dinámica y no lineal, es decir, se acepta que puedan emerger comportamientos diferentes a los que se han practicado específicamente debido a la interacción entre todos ellos o que la estabilidad emerja a partir de la práctica en situaciones de inestabilidad gracias a la propuesta de contextos cambiantes. No obstante, para ser efectiva, la variabilidad no será aleatoria ni tampoco excesivamente regular, como ocurre con las clásicas repeticiones de series y ejercicios del entrenamiento deportivo clásico.

En ese contexto, probablemente el juego será menos eficiente e inestable, pero el entrenamiento habrá ayudado a mejorar la adaptabilidad del sistema (ya sea el jugador o el equipo). Un ejemplo que todos conocemos que ilustra esta afirmación es el de la especialización temprana. Cuando en la iniciación, a los niños se les especializa en una posición, o incluso en un deporte demasiado pronto, consiguen ser más eficaces que los compañeros de su edad en esa posición, pero eso no suele colaborar con que se conviertan en jugadores adultos versátiles y adaptables a contextos y equipos con necesidades cambiantes. Este proceso no es solo importante durante la infancia, sino en todas las etapas del jugador. A una escala superior, cuando un equipo no tiene resultados, se cambia al entrenador.
Muchas veces ese cambio realmente produce un cambio en el comportamiento colectivo, fruto de las relaciones no lineales que se establecen (simplemente un cambio socioafectivo puede provocar un cambio global del comportamiento del equipo), pero seguramente hay muchos otros cambios que pueden proponerse para que el equipo se desestabilice y pueda emerger un nuevo comportamiento colectivo.   

Consideramos que las propuestas metodológicas surgidas de la investigación son aún escasas y que en los próximos años veremos cómo proliferan muchas otras desde diferentes laboratorios, y posiblemente muchas de ellas se estudiarán también en otros deportes. No obstante, para que el fútbol siga desarrollándose como deporte se precisa formar a jugadores y equipos más eficaces y eficientes, y también se necesita la aceptación y la comprensión de los principios de complejidad que explican cómo se producen los cambios y adaptaciones tanto a nivel individual como grupal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario