Los lectores
buscan claves para dar sentido a un mundo desconcertante en la filosofía, la
política o la ciencia.
El ensayo
vuelve al primer plano.
- Filosofía como literatura
conceptual, por Javier Gomá Lanzón
FRANCESC
ARROYO/
Al principio
el hombre tenía miedo del rayo y del trueno. Luego llegó el conocimiento y supo
que eran fenómenos naturales, y no la ira de dioses ocultos. Y el miedo, sin
desaparecer del todo, pudo ser mitigado. Hoy ya no hay dioses ignotos tras el
discurrir de la naturaleza, pero sí fenómenos sociales que se resisten a la
comprensión. Conscientes de que la marcha de la economía, los avatares de la
historia, las transformaciones políticas no son caprichos de extrañas
divinidades, los hombres se esfuerzan por averiguar las causas de esos
fenómenos que arrojan zozobra sobre el futuro. Esa voluntad de saber que
permita someter el presente y el futuro a la voluntad humana está detrás de un
hecho por lo menos infrecuente: cuando la industria editorial cede a la crisis
y las tiradas medias de los libros bajan, el ensayo se mantiene o cae menos que
las de los libros de ficción e incluso algunos títulos se convierten en
relativos best sellers y compiten con las novelas más leídas.
Los lectores se vuelven hacia la filosofía, la historia, la divulgación
científica, la economía, la sociología. Y, por supuesto, la autoayuda, que no
sólo no decae sino que, según varios editores, sube. Pero dejando este
subgénero al margen, lo cierto es que incluso los propios profesionales del
libro se sorprenden de que las ventas de filósofos de raíz heideggeriana
como Byung-Chul Han o Giorgio Agamben se cuenten por
decenas de millares o de que un ensayo sobre la meditación de Pablo d’Ors se
convierta en uno de los títulos más vendidos del último año.
Un
fenómeno que ha sorprendido tanto a libreros como a editores es el de
Byun-Chul Han, filósofo coreano
.
Francisco
Martínez Soria, director de la editorial Ariel, explica que la caída
del ensayo ha sido menor que la de la narrativa, pero no toda la no
ficción se está comportando del mismo modo. "Han caído mucho las
traducciones de otras lenguas. En parte, probablemente, por el coste de
traducir. Y tal vez eso haya estimulado la edición de obras de autores locales
que puedan explicar la crisis". En su opinión, la crisis no es sólo
económica y política, afecta también al sistema de valores, a la representación
de la realidad que los ciudadanos se hacen. Y en ese contexto, "hay gente
que busca instrumentos de análisis, herramientas que le ayuden a la
comprensión". Esto explica, en su opinión, el éxito de obras como El
capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty (Fondo de Cultura
Económica) o, hace algo más de tiempo,¡Indignaos!, de Stéphane
Hessel (Destino). El caso es que, dice, "se editan más libros de
reflexión que hace años. Hay un cierto predominio de la filosofía y de la
política, en la medida en que pueden suministrar claves para entender lo que
está pasando".
En esa línea,
entre los autores españoles que él edita, Martínez Soria destaca el interés por
las obras de Fernando Savater y su compromiso con la conciencia
ciudadana, así como de los análisis sobre la educación que firma José
Antonio Marina. Pero el interés del público no se acaba ahí, señala, y se
extiende a cuestiones relacionadas con la salud o la nueva ciencia. "No
estamos vendiendo mal la colección de divulgación científica Popular Science u
obras como ¿Somos todos enfermos mentales?, del
psiquiatra estadounidense Allen Frances". O un texto como Hombres
fuera de serie, de Martin Brett, dedicado a estudiar el éxito de
las series televisivas, cuya sintonía con el público probablemente
se explica tanto por dar cuenta de la sociedad contemporánea como por hacerlo
con nuevas formas narrativas. Ahí están, por ejemplo, los libros colectivos
dedicados por la editorial Errata Naturae a Los Soprano, The Wire o True
Detective.
El ensayo
tiene dos sectores muy distintos, apunta Alfredo Landman, de la editorial
Gedisa, "el académico y el general. El primero está dirigido a un público
esencialmente universitario; el segundo, a un público interesado por la cultura
en general". En ambos casos la crisis se ha notado menos que en la ficción
porque, "no nos vamos a engañar, en el ensayo apenas hay best
sellers y esto hace que se mantengan las tiradas medias". Las
caídas de las ediciones del segundo bloque llegaron a rondar el 15%, pero
empezaron a recuperarse en 2013 y ahora se mantiene la tendencia, cuenta.
"Hemos tratado de ajustar la distribución y reducir las devoluciones, y
con ello hemos logrado cierto equilibrio y necesitado menos inversión". Y
es que, en el mundo editorial, lo normal es suministrar copias que el librero
puede devolver si no se venden. Una tirada alta hace que el volumen esté en más
puntos de venta y, por lo tanto, que aumenten también los ejemplares vendidos,
pero incrementa la devolución, con lo que multiplica los costes.
La evolución
del ensayo universitario, sostiene Landman, pasa por la edición electrónica y
la colaboración con las instituciones. "El libro universitario ya no se
lee como una unidad. Los estudiantes se conforman con leer determinados
capítulos, en parte por la influencia de la red y, en parte, porque no siempre
necesitan todo el manual. El resultado es la multiplicación de las fotocopias y
la caída de las ventas. Además, la compra institucional casi ha desaparecido
con los recortes. El futuro del ensayo académico será digital y tendrá que
hacerse a través de la cooperación con las instituciones". Editor de autores
como Mario Bunge, Charles Taylor oMarc Augé, Landman cree que el libro de
ensayo generalista, en cambio, sí tiene futuro en papel porque ayuda a
comprender el presente. "Trata de temas que se plantean el sentido y las
causas de la crisis que vivimos. La gente quiere comprender lo que ha
pasado".
Una opinión
muy similar es la de Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg, que acaba
de lanzar una monumental edición bilingüe de los pioneros Ensayos de
Montaigne a cargo de Javier Yagüe. "Las ventas de ensayo", cuenta,
"no han bajado tanto como las de narrativa porque el lector es menos
circunstancial, más fiel, mientras que el consumidor de ficción se mueve más
por el deseo de pasar el rato y fluctúa al vaivén de las modas". La
lectura del ensayo, en cambio, no es escapista. "El presente genera muchas
incertidumbres y nos invita a pensar y repensar, a buscar referencias. Esto
hace que haya un gran interés por la historia contemporánea que da claves para
entender el presente". Un interés que se ve potenciado por la reciente
desclasificación de archivos, sobre todo en los países del Este europeo.
"El acceso a estos documentos permite una revisión de la historia tal como
había sido contada y superar, en parte, el relato del vencedor". Pero hay
más: "Hoy todo está en cuestión, todo está siendo visto desde miradas
llenas de desconfianza", lo que impulsa a la reflexión sobre las verdades
heredadas. Como ya escribió Descartes, son tiempos para desconfiar de lo que
sólo enseñaban las costumbres. Una desconfianza que puede abocar al
escepticismo y a la búsqueda de puntos cardinales que se parezcan lo más
posible a las antiguas verdades. De ahí que proliferen los encuentros entre
filósofos, casi siempre con público abundante.
De los
autores de Galaxia Gutenberg, Tarrida resalta el interés por las obras
de Tzvetan Todorov, entre los extranjeros, y Javier
Gomá y José Luis Pardo, entre los españoles, pero también la buena
acogida de La Maleta de Portbou, revista de pensamiento
dirigida por el periodista y filósofo Josep Ramoneda. De sus títulos dice
que han funcionado muy bien Continente salvaje, de Keith Lowe,
un estudio sobre los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra
Mundial, yTierras de sangre, de Timothy Snyder, que describe el
horror de las persecuciones a la población por motivos raciales o ideológicos
en los años bélicos.
Hay
una coincidencia general de que en algunos países de América Latina el ensayo
tiene más demanda.
Un fenómeno
que ha sorprendido tanto a libreros como a editores es el de Byung-Chul Han,
filósofo coreano afincado en Berlín, cuya obra está publicando
la editorial Herder. Sus textos son siempre breves: difícilmente alcanzan
el centenar de páginas en un formato más bien pequeño, lo que bien pudiera ser
un valor añadido, reflexiona Manuel Cruz, director de la colección donde
aparecen los libros de Han. "Hay una diferencia entre leer una novela y
leer un ensayo. La novela puede ser todo lo larga que se quiera, pero requiere
una atención menos mantenida que el ensayo, seguramente por eso ha funcionado
tan bien la obra de Han".
Se trata,
cree Cruz, de una nueva tendencia en el campo del ensayo: la brevedad. "Se
están haciendo libros a la medida del módulo de atención del lector actual. Hay
que medir el tiempo que el lector está dispuesto a dedicar a un tema que los
suplementos de diarios ya le han presentado, en lo sustancial, en reportajes de
entre 5 y 15 páginas que satisfacen una curiosidad legítima". Pero decir
que Han tiene éxito por la brevedad de sus textos sería quedarse corto. Cruz
cree que debe valorarse también el contenido de sus obras: "Han describe
el presente, no es arqueológico, ni erudito, sino que habla de lo que pasa y lo
expresa en términos intuitivos como cansancio o transparencia, que lo hacen
asequible. Al mismo tiempo, reinterpreta lo que está ocurriendo.
Cuando no
pocos denuncian el control del ciudadano por el Gran Hermano que sería el
Estado, Han señala el problema que representa el autocontrol; frente a quienes
denuncian el problema que significa el poder, Han resalta el poder que tiene
cada uno. Al dar cuenta del presente desde una perspectiva innovadora, Han hace
que sus textos sean eficaces para comprender nuestra propia situación". De
hecho, sostiene Cruz, el mundo del ensayo está viviendo algunas
transformaciones importantes. Antes, las colecciones de libros se hacían casi
siguiendo los hábitos adquiridos por los editores, ahora se tiene en cuenta la
necesidad del lector y esto "afecta al formato.
De ahí que haya libros
voluminosos y otros mucho más breves".
Una opinión
muy similar mantiene Fabián Lebenglik, editor en Buenos Aires del
sello Adriana Hidalgo, que cuenta entre sus autores de éxito con otro
filósofo muy influido por Heidegger, el italiano Giorgio Agamben, publicado en
España por Pre-Textos. "Hay una cierta coincidencia entre Han y
Agamben", dice Lebenglik, "ambos son herederos, a la vez, de
Heidegger y de Walter Benjamin, y ambos se ocupan de una metafísica que no
habla de lo que está más allá, sino más bien de lo de aquí. Son textos
destinados a cubrir la necesidad que tenemos de saber qué nos pasa, cómo
estamos, por qué hay una crisis como ésta".
Han y Agamben
comparten otra característica: la mayor parte de sus textos son breves.
"Antes, el ensayo era más denso y extenso, pero hoy el lector está
dispuesto a dedicar a un libro entre una y tres horas, y se le puede dar un
producto que cubra esa apetencia, un texto a mitad de camino entre el artículo
y el libro tradicional". Por eso la editorial ha creado una colección
denominada Fundamentales en la que se editan volúmenes breves (poco más de cien
páginas) dedicados a dar las claves que permitan entender el presente. "No
se trata de rebajar los conceptos, sino de ofrecer un camino introductorio a
cuestiones básicas del pensamiento y de la ciencia que permitan luego al lector
ampliar si quiere". Coincide Lebenglik con sus colegas españoles en que la
demanda de ensayo se sostiene mejor que la de narrativa. "El ensayo
permite comprender el presente mejor que la novela, pero es también material de
trabajo, por eso en parte predomina el libro de papel, que permite subrayar,
anotar. En la novela esto no es muchas veces necesario".
El gusto por
la brevedad es general. Ofelia Grande, responsable editorial de Siruela, tiene
en su catálogo dos éxitos notables al respecto: El elogio de la sombra, del
japonés Janichiro Tanizaki(1886-1965), y Biografía del silencio, del
español Pablo d’Ors. Del primero se han vendido, explica Grande, más de 100.000
ejemplares, eso sí, a lo largo de una decena de años; el segundo, cuya primera
edición data de 2012, supera ya los 25.000 ejemplares vendidos. Aunque ambos
autores son básicamente narradores de ficción, en estas obras cultivan un
ensayo de índole muy personal. El primero es una reflexión sobre la belleza y el
papel de la luz, la sombra, la percepción y la autopercepción; el de Pablo
d’Ors, sacerdote y novelista, es un viaje a través de la práctica de la
meditación, teñido de ribetes teologizantes.
"En
ambos casos son libros que expresan el pensamiento de un autor de modo muy
asequible, breve y concreto", explica Grande, "pero añaden el
tratamiento de una temática que posiblemente atrae al lector al margen del
autor". Pablo d’Ors explica que el libro le salió con esa extensión, sin
que supiera cuál iba a ser cuando se puso a redactarlo. "Nunca determino
la extensión de los libros que escribo de antemano, sino que escribo y me viene
una idea. En el caso deBiografía del silencio, se trataba de un
diario que llevaba sobre mi experiencia con la meditación. De pronto, vi que
aquello era un libro. Pero es un ensayo muy particular, pues no es ideológico,
sino experiencial. Su tono es narrativo, casi testimonial, no en vano soy
fundamentalmente un novelista".
Joan
Tarrida
En las
antípodas figura el filósofo valenciano Miguel Catalán, autor a la vez de obras
muy breves y de otras muy extensas como el Tratado de pseudología (un
análisis del papel de la mentira en la sociedad, el conocimiento, la moral, la
política, los medios, etcétera), del que aparecerán en breve los volúmenes
quinto y sexto. "Para escribir un tratado de 20 volúmenes a lo largo de
toda tu vida adulta es preciso acertar con el tema, o, mejor, esperar que el
tema te elija a ti. Ha de ser amplio, denso (rico en significados y
ramificaciones) pero, sobre todo, que te apasione de forma duradera. En mi caso
ese tema vita ha sido el de la mentira".
Una voz
disidente en el mundo editorial es la de Gonzalo Pontón, actualmente
director de Pasado y Presente, después de haber estado en Ariel o Crítica.
En su opinión, "el ensayo no crece ni decrece, desde hace años tiene el
mismo público. Cuando empezamos en Ariel, la tirada media era de entre 2.500 y
3.000 ejemplares. Hoy es igual". Y eso es así porque "el público es
limitado, pero estable. No he notado cambios en 50 años. El ensayo está tan mal
como antes". Pontón estudia desde hace tiempo la historia del siglo XVIII
español y se refiere a la situación de la edición sobre 1750: "Entonces
los principales libreros, que eran también editores, Sancha e Iborra, editaban
entre 1.000 y 3.000 ejemplares de los libros de ensayo. Había en aquellos años
en España 10 millones de habitantes de los que el 90% eran analfabetos.
Hoy
somos 46 millones y el analfabetismo está casi erradicado, pero las tiradas
medias siguen siendo las mismas". Cierto que entonces había menos
editoriales, pero lo que quiere resaltar Pontón es la constancia del público
interesado en la reflexión. "La cifra de compradores no baja porque los
lectores de ensayo son enfermos que no pueden vivir sin el alimento cultural,
pero es un público minoritario.
Seguramente ha habido una mutación genética, un
salto puntual, y así están las cosas".
Adela
Cortina. / MÓNICA TORRES
No niega
Pontón que haya picos de ventas que superen esas cifras, pero insiste en que él
se refiere a tiradas medias. "Yo mismo he editado obras como Un
universo de la nada, de Lawrence Krauss, y vamos por la tercera
edición, lo que supone unos 8.000 ejemplares. Una cantidad estratosférica. Y lo
mismo puedo decir de las obras del historiadorJosep Fontana. Pero la excepción
no es la norma". En su opinión, "todo conspira contra el ensayo para
que se convierta en un producto sin demanda. Para los distribuidores es más
rentable transportar grandes éxitos que 2.500 ejemplares; los libreros
prefieren los best sellers que un título del que, a lo sumo,
venderán dos unidades; y la falta de público hace que los suplementos
literarios, que responden a la demanda del lector, le den menos cabida. No hay
nada que empuje al ensayo. En fin, el país no da para más y, en cualquier caso,
cuesta más pensar que peinarse, de modo que se comprende la voluntad de
escapismo. Y una cosa más: se dice que la generación actual es la más preparada
de la historia de España. Algún día habrá que reflexionar sobre eso. Yo estoy
dispuesto a aceptar que es la más titulada".
La última
invectiva de Pontón viene a enlazar con un hecho al que apuntan varios de los
editores consultados: no siempre ha sido así, ni es así en todas partes. Y no
se refieren sólo a la crisis económica. Por ejemplo, hay una coincidencia
general de que en algunos países de América Latina el ensayo tiene mucha más
demanda que en España. Incluso hay quien, como Joan Tarrida, sostiene que en
los países americanos de habla española "el ensayo se vende más que la
novela". Alfredo Landman, que acaba de inaugurar hace unos días una
sucursal de Gedisa en Ecuador, afirma que allí el ensayo no sólo es dominante,
sino que incluso gana peso en las librerías, donde no es infrecuente que los
lugares más destacados se dediquen a la no ficción. Lo mismo dice Martínez
Soria: "En América Latina el ensayo tiene una vitalidad brutal. Se diría
que son sociedades menos conformistas, con unas minorías cultas muy activas. En
Argentina, Colombia, México se vive una efervescencia similar a los años
españoles de la Transición".
Hoy el público está dispuesto a dedicar a un libro
entre una y tres horas.
Lebenglik
Pontón está
de acuerdo en el diagnóstico, con tal de que no se generalice. "Cada país
es diferente. No son los más europeos los que van mejor: Argentina va muy mal.
En cambio, Colombia, Perú, Ecuador se hallan en una fase que recuerda la
efervescencia de la España de los ochenta. Bolivia y Uruguay viven un
incremento de la lectura del ensayo, mientras que México crece, pero no en
proporción al incremento de población". Y coincide también en que en
España, en algún momento, las cosas fueron distintas. "Cuando fundamos,
con Manuel Sacristán, la colección Ariel Quincenal, a principios de los
setenta, tirábamos entre 15.000 y 20.000 ejemplares. Eso ya no existe, salvo,
insisto, en las excepciones".
Y, sin
embargo, los editores de ensayo perviven. Extraña profesión la de editor, que
parece nadar contra las leyes del capitalismo que imponen el mayor beneficio
posible en el menor tiempo posible. Ahí siguen ellos, a los que cabría añadir
Taurus, Acantilado (Quaderns Crema, cuando edita en catalán), Akal, Anagrama,
Crítica, Debate, Katz, Sexto Piso, La Catarata, Alpha Decay, Turner, RBA,
Atalanta, Tecnos, Casimiro, Icaria, Amorrortu, Sequitur o un clásico como
Paidós, que cuenta en su catálogo con pensadores como Zygmunt
Bauman, Martha Nussbaum —Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales en 2012— o Adela Cortina —último Premio Nacional de Ensayo—.
Sellos que raras veces consiguen tiradas millonarias y que sobreviven con ese
público de 3.000 mutantes, en palabras de Pontón. Un público que sigue
queriendo saber y que se identifica con esas extrañas palabras que pronuncia
Espartaco en el libro de Kirk Douglas (Yo soy Espartaco) recientemente
editado por otro de esos sellos heroicos, Capitán Swing: "Yo no sé nada,
nada. Quiero saber. Todo. Por qué una estrella cae y un pájaro no. Dónde está
el sol por la noche. Por qué la luna cambia de forma. Quiero saber dónde nace
el viento". Espartaco, uno de esos héroes que supo que el camino hacia la
libertad pasa por el conocimiento.
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